martes, 24 de febrero de 2015

Conoce el yoco: savia de la selva amazónica

Llamada la «planta de la vida», Paullinia yoco fue calificada por el botánico Schultes (1942) como la «más importante planta no alimenticia en la economía de los nativos». Sin embargo, el yoco (nombre con el que comúnmente se conoce) ha recibido poca atención en los estudios antropológicos y etnobotánicos. Son escasas las colecciones botánicas fértiles y los estudios de la biología de esta liana de la familia Sapindacea endémica del refugio pleistocénico del Napo. Rica en cafeína, Paullinia yoco es utilizada por la mayoría de los pueblos indígenas de filiación lingüística tucano occidental, así como por sus vecinos kofán e ingano, pertenecientes a otras familias lingüísticas. Todos estos pueblos consumidores de yoco habitan en el área de la triple frontera entre Perú, Ecuador y Colombia. La parte de la planta que se consume, por lo general, es la corteza viva, la cual se exprime en agua fría para obtener una bebida amarga. Los pobladores locales le atribuyen propiedades estimulantes, purgantes, vomitivas, anticonceptivas, abortivas y psicoactivas, entre otras, pero sus efectos no son solo biofísicos, sino que también tiene propiedades sociales y espirituales, como lo analizaremos.

En el piedemonte amazónico suramericano, una de las regiones con mayor biodiversidad en el planeta, habitan numerosos grupos indígenas reconocidos, desde antes de la conquista, como expertos en chamanismo, medicina y botánica médica. Tienen un elemento común: el empleo del yagé o ayahuasca (Banisteriopsis spp.), su planta sagrada, fuente de conocimiento, organización social y adaptación al medio ambiente. Razón por la cual se les conoce como la cultura del yagé.

El yoco es un bejuco de 12 cm de diámetro en la base, con los tallos largos y robustos, lacticíferos, con látex blanco astringente. Las hojas son pinnadas, dispuestas en cinco folíolos, el mayor de forma elíptica, que miden hasta 35 cm de longitud. La inflorescencia es axilar y racimiforme con flores pequeñas blancas a amarillentas, que poseen cinco sépalos y pétalos submembranáceos. Los frutos son capsulares con tres valvas de color rojo cuando está madura y que contiene en su interior semillas globosas.

A pesar de la severa destrucción del medio ambiente, la pérdida de los territorios y el deterioro de sus tradiciones, desde 1999 los chamanes han conformado una unión para la protección, fortalecimiento y defensa de su cultura y sistema médico tradicional. De manera simultánea, han entablado un diálogo intercultural con los médicos occidentales que conforman el Grupo de Estudios en Sistemas Tradicionales de Salud de la Universidad del Rosario, con el propósito de construir nuevas herramientas científicas para la conservación de la naturaleza, la protección de la cultura y el mejoramiento de la salud humana.

El fortalecimiento de sus comunidades y organizaciones, con la conformación de cinco asociaciones de cabildos (Ley 21 de 1991)(...), el establecimiento de jardines medicinales, la realización de jornadas tradicionales de salud, un programa de aprendices para la transmisión de conocimientos a las nuevas generaciones y la puesta en escrito de un Código de Ética de la Medicina Indígena (...), que han llamado El Pensamiento de los Mayores, son algunos de los resultados de este programa.

Aunque el yagé es la planta más importante para la medicina de los pueblos indígenas, no es la única, pues para estas etnias el yagé sin estar acompañado con otras plantas medicinales, no tiene la misma importancia. Es así como el yoco, (Paullinia yoco), planta estimulante descrita por primera vez en 1941 por el etnobotánico norteamericano Richard Evans Schultes, es fundamental en sus vidas, ya que sin ella la medicina indígena se desdibuja.

Tras veinte años de convivencia con los chamanes de la cultura del yagé y un diálogo intercultural con su sistema tradicional de conocimiento, el cual ofrece herramientas científicas mucho más integrales que las propias del mundo occidental, se han logrado significativos aportes al desarrollo de la ciencia y conocimiento occidental.

Uno de esos resultados indica que el yoco, más que ninguna otra planta, es el mayor indicador del centro de diversidad correspondiente al refugio pleistocénico del Napo. Esto significa que como el desarrollo evolutivo de toda la flora del planeta se desarrolló a partir de las glaciaciones en la época del Pleistoceno (2.000.000 a 10.000 a.d.C), en los períodos interglaciales o de deshielo, quedaron sitios en donde se dio origen a la diversidad vegetal de cada región.

En Suramérica existen nueve sitios o centros de diversidad que se han llamado “refugios pleistocénicos”. El piedemonte amazónico colombo-ecuatoriano es uno de ellos, reconocido como una de las regiones del planeta con mayor megadiversidad biológica. Toda esta diversidad de flora se originó en el refugio pleistocénico conocido con el nombre del Napo, haciendo referencia al río Napo, pero que abarca desde el río Aguarico al sur en Ecuador, hasta el río Caquetá al norte en Colombia.

Por otra parte, se asegura que el yoco es una clave para determinar el origen geográfico y tradicional de los pueblos correspondientes a la cultura del yagé. Este planteamiento surge del hecho de que el yoco es una planta que casi no puede reproducirse por fuera de su ámbito geográfico, mientras que el yagé y otras plantas sí lo pueden hacer. Es así como en la actualidad hay muchos territorios indígenas de Suramérica que conocen y emplean el yagé. Pero, sólo los pueblos indígenas que utilizan simultáneamente ambas plantas pueden ser considerados como los originarios.

Esto ha dado pie a uno de los argumentos más importantes de la investigación. Una nueva forma de conocer y clasificar los grupos indígenas, no tanto a partir de familias lingüísticas o expresiones culturales comunes, sino a partir del uso de sus plantas sagradas y medicinales.

El yoco, además de ser una planta estimulante, lo cual ha sido probado con los hallazgos de cafeína en la corteza, es también una planta amarga, purgante, tónica y preventiva de enfermedades como el paludismo, las enfermedades infecciosas virales y otras categorías de dolencias conocidas por la medicina indígena, pero no traducidas a la medicina occidental.

En efecto, en el caso del paludismo y siguiendo las claves de los chamanes, se encontró que aquellos grupos que aún conservan la costumbre de consumir la bebida de yoco en ayunas padecen con menos frecuencia dicha enfermedad. En cierto modo esta planta puede ser considerada como una auténtica vacuna, producto del conocimiento tradicional.

La investigación sobre el yoco, que comenzó en el año 2003, terminó la fase de sistematización de la información con tres publicaciones: la primera por la Universidad del Rosario, El Yoco: la savia de la selva(...)  y las dos restantes por el Instituto de Etnobiología, Estudio técnico del yoco y Conservación in situ del plasma germinal medicinal.

Esta información, más otros trabajos técnicos de la Unidad de Parques, fue entregada a la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en diciembre de 2005. Una vez esta entidad emita su concepto técnico, se buscará establecer un Área Especial de Protección de Plantas Medicinales(...) (banco de germoplasma “in situ”) en la región de Orito (Putumayo), que sería la primera en su género en Colombia, manejada por las tres instituciones del Convenio, Unidad de Parques, Instituto de Etnobiología y Universidad del Rosario, de la mano de los indígenas.

La liana yoco (Paullinia yoco), como planta y como tradición, representa una de las piezas del rompecabezas necesaria para poder comprender mejor el paisaje biológico y cultural de uno de los refugios pleistocénicos más importantes y frágiles del planeta y la raíz de una de las tradiciones chamánicas más fuertes que aun sobreviven sobre la tierra: la cultura del yagé. Para estos pueblos indígenas, la vida sin yoco es tan inconcebible, como podría serlo sin yagé. Es llamada la savia de la selva. La medicina tradicional le atribuye propiedades como antipirético y desinfectante. Por el contrario, el yoco, bejuco que vive en estado espontáneo en la región piedemontina ecuatorial, aproximadamente en la misma área de dispersión que la guayusa, aunque más en el Putumayo y el Caquetá, se usa por la corteza; ésta, raspada y echada en agua, suministra una bebida con efectos similares a los del guaraná. Contiene un 2,73% de cafeína.2 Con una carta de 1856, dirigida a su mujer, Agustín Codazzi le envía una porción de bejuco traída de la Ceja de los Andaquíes. El ilustre geógrafo explica: "Un poco de bejuco de yoco que sirve para componer el estómago quitando apenas la parte áspera de la corteza; luego se raspa la corteza formando como un afrecho, el cual se pone en un poco de agua tibia después de machacado bien y exprimido el jugo del afrecho puesto antes en agua y ese jugo es aquel que se bebe tomando por día una toma de un pocillo; o bien se quita la corteza y se cocina con una hora de fuego poniendo la cantidad de dos tomas, que sería lo que da el pedazo que se manda y cada toma que quede en un pocillo de agua"
El yoco tiende a desaparecer por la extinción de las tribus que lo usaban, y como no se ha cultivado, es difícil hallar muestras para análisis. Como la mayoría del yoco utilizado es silvestre, lo que marca la diferencia de acceso al recurso es el hecho de que no todas las personas saben encontrar yoco en el monte. Esta liana silvestre crece hasta la altura del dosel —25 y más metros de altura—. Por eso es difícil de encontrar, porque sus hojas, característicamente pentafoliadas, no son visibles desde el suelo; lo único visible es su delgado tallo de liana que no sobrepasa los 5 centímetros de diámetro en la variedad más apreciada, el yoco copal.

Las plantas maduras de yoco comienzan a florecer en noviembre, con el verano, y los frutos maduran y caen desde febrero, con el comienzo del invierno. Así, su fructificación coincide con la cosecha del pifuayo, como bien se recita en el canto (líneas 22-30). Los frutos del yoco son dispersados por un ave que los airo-pai reconocen como «dueño del yoco» (yoco ëjaë), llamado cuacuiyó (Lipaugus vociferans, minero gritón, capitão da mata, screaming piha). Esta ave raramente se ve, porque vive en el dosel, pero su canto característico resuena en la distancia. El canto del cuacuiyó, según los airo-pai, señala la presencia de yoco, sobre todo cuando los bejucos están en fructificación, porque el ave se alimenta de ellos y así también es una dispersora de las semillas.


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